Hoy 1 de marzo de 2014 los militantes de Patria y
Pueblo-Socialistas de la Izquierda Nacional nos movilizamos al Congreso para
brindar -junto a miles de argentinos- nuestro decidido apoyo al proyecto de
desarrollo industrial con inclusión y justicia social iniciado el 25 de mayo de
2003.
La defensa de las transformaciones que vienen
produciéndose en estos más de diez años exige nuestra presencia allí donde se
dirimen las grandes cuestiones nacionales: en las calles de la Patria.
Pero sabemos que esto no es suficiente. El verdadero
sustento del gobierno que encabeza la Dra. Fernández de Kirchner está en
recomponer el frente nacional. Solo así se puede enfrentar a los parásitos que
nos acosan y aprovechan la crisis mundial para forzar al retroceso a un
gobierno de claro signo nacional y popular. Esa tarea debe ejecutarse desde el
poder: convocando, interpretando y consolidando la voluntad de las calles.
En 2003, pese a una endeble base electoral, atado por
acuerdos con el duhaldismo, el Dr. Néstor Carlos Kirchner supo interpretar el
impulso transformador de las movilizaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001.
Retomó desde el gobierno esa senda y, en un país donde los presidentes se
habían especializado en el fraude postelectoral, cumplió plenamente su promesa
de mantener en alto sus principios una vez que se pusiera la banda
presidencial. Ganó así una base electoral mucho más amplia, lo que se demostró
con creciente claridad en los comicios posteriores.
Hoy, frente a una oposición ensoberbecida e
implacable, la Dra. Cristina Fernández de Kirchner mantiene esos lineamientos.
Las clases dominantes, nadie se llame a engaño, declararon la guerra al
kirchnerismo por sus virtudes, no por sus eventuales defectos.
El kirchnerismo, ante todo, recuperó importantes
espacios de soberanía, nos liberó de la vigilancia del FMI, y a cada
contragolpe del bloque librecambista-imperialista respondió con medidas cada
vez más audaces.
Sin el kirchnerismo, hoy la Argentina formaría parte
de una ruinosa área de libre comercio regida por la mano de hierro del
imperialismo estadounidense. Y no habría unidad de América Latina: la burguesía
bandeirante de Sao Paulo hubiera terminado por arrodillar al PT brasileño y no
sabemos qué hubiera sido de Venezuela.
El kirchnerismo reinició la industrialización, puso
en vigencia las paritarias, restableció derechos al trabajo, a la salud, a la
educación y al progreso individual de los más desposeídos. Amplió sobradamente
la oferta de energética, renacionalizó las empresas privatizadas peor
administradas (desde AySA hasta YPF) o amplió y recuperó el sistema de
seguridad social.
La creación de vastos regímenes de protección a los
más desamparados, a las víctimas más dolorosas de la desindustrialización, hizo
evidente que desde la Casa Rosada estaba gobernando otra vez el pueblo
argentino. Esa marcha tuvo grandes carencias, por cierto, pero su sentido es
indudablemente nacional y patriótico.
El bloque antinacional tomó debida cuenta de ello. No
se detuvo en cuestiones menores. Dictaminó que los gobiernos kirchneristas
merecen el acoso permanente de la oligarquía de viejo y nuevo cuño, la
hostilidad traicionera de la burguesía transnacionalizada, el boicot
interminable de la banca y las empresas imperialistas, y –recordémoslo- la
crónica sedición agroexportadora. Las agresiones brutales de 2008 (“125”) y
2013 (“crisis de los silobolsa”) no son más que episodios de fiebre extrema en
una peligrosa enfermedad que habrá que encarar definitivamente, y cuanto antes
mejor.
Durante 2013, los enemigos de ese rumbo intentaron
generar una crisis del sector externo acaparando exportaciones, comerciando en
negro, y negándose a tomar créditos en el exterior para financiar su actividad
local.
Estafaron al Estado, especularon con el valor del
dólar para enloquecer a los sectores de ingresos medios y medios bajos, y
fugaron riquezas a una velocidad intolerable para la marcha normal del proceso
económico. La suba desmedida de precios, en especial de alimentos, buscó poner
al pueblo de rodillas ante el gran capital y en contra del gobierno.
El exceso de confianza del gobierno en la gran
mayoría (electoral, no política) obtenida en las presidenciales (54% de los
votos) lo llevó a tomar decisiones políticas que fortalecieron al bloque
antinacional. En las legislativas del año pasado, debido en parte a esas
decisiones, los candidatos del establishment se llevaron algunos distritos
clave. Ahora, algunos de esos diputados (los del Capriles argentino Sergio
Massa) proponen rebajar los salarios un 10 % y suspender las paritarias: se les
cayó la careta, eso es lo que entienden por “consenso y diálogo”: el retroceso
a los 90.
Para enfrentarla, la ley en la mano, la movilización
popular y, si es necesario, la fuerza pública. No se trata de temas de
“economía”. Aquí está en juego la soberanía nacional. El bloque oligárquico
pretende gobernar en lugar del Estado.
Se impone la realización de nuevas alianzas y la
reconstitución de otras, que se dejaron caer y, por eso, debilitaron al
gobierno. Es sustancial, en este sentido, recomponer las relaciones del gobierno
con la clase trabajadora (por cuya unidad organizativa se debería bregar en vez
de, al modo de la Alianza y el alfonsinismo, optar por dividirla).
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